Dra. Lily Rodríguez de Eloy
Concebir una universidad que no se extienda hacia la producción científica es reducir la actividad universitaria a un proceso instruccional, únicamente de profesionalización. Sin investigación, la universidad pierde gran parte de su esencia, ya que si no se identifica el carácter científico como inherente a la universidad, se podría ésta considerar sólo como un centro de transmisión del saber, esto es, como una institución que se limita a duplicar el conocimiento a través de la enseñanza, y no a producirlo a través de la investigación.
Se dice, con razón, que la investigación científica y el espíritu crítico han definido los ideales de la universidad contemporánea: “Ambos tienen como denominador común el ejercicio del rigor y de la racionalidad”. El ejercicio de rigor se adquiere a través de una información basada en la investigación sistemática, en el estudio, en la reflexión, en el trabajo en equipo, en el contraste de las teorías elaboradas o de los resultados de investigación, en la orientación y transmisión de conocimientos por parte de los maestros e investigadores”.
Queda de manifiesto, por tanto, que prescindir de una apreciación crítica sobre el estado de la producción científica al momento de hablar de la dinámica universitaria de un país, sería hablar únicamente de la universidad en su sentido más elemental y retrospectivo como espacio social de instrucción y no, como es preferible verla sustancialmente, como nudo de inquietudes científicas.
Por otro lado, si la naturaleza de la universidad consiste en impulsar su carácter científico, que es ir más allá de la actividad instruccional, una sociedad que no asuma y estimule la actividad científica como un elemento radical para su progreso, estará condenada a la inercia histórica o, en el mejor de los casos, a la dependencia científica de otros países más desarrollados. La universidad encara la apuesta social de un país por la investigación científica.
El desarrollo científico en Iberoamérica nunca ha tenido un lugar destacado dentro de las políticas de inversión y de desarrollo, y cuando se ha producido se ha dado de manera heterogénea entre los diferentes países y con una fuerte orientación al desarrollo económico y social en cada uno de ellos, más que como una contribución al desarrollo teórico internacional.
Esto hace de la realidad científica iberoamericana un objeto de difícil análisis: “Los países iberoamericanos son tan diversos que es difícil analizarlos colectivamente”. Posiblemente, les ocurra como le ocurrió a España: que puedan crecer un cierto tiempo sin hacer un esfuerzo en I+D. Esto puede hacer creer que el PIB y la I+D son magnitudes, no correlaciones, o tergiversar la relación causal como es común escuchar a gobernantes, líderes sociales y empresariales: “ya nos dedicaremos a la I+D cuando hayamos resuelto los problemas graves y perentorios que nos aquejan”. A pesar de esa constante usual, dentro de un espacio geográfico común, el desarrollo científico en Iberoamérica debe contemplar un primer nivel de estudio que lleve a analizar en profundidad la realidad científica de cada país.
Para República Dominicana, se manifiesta la percepción de que aún se está en una etapa doméstica en materia de investigación, que no se ha roto el cordón umbilical que ata, mentalmente, a la idea de la dependencia de los que sí hacen investigación. Se consume y no se produce ciencia y tecnología; esa ha sido la constante en este tiempo de vida universitaria en República Dominicana analizada, y que hoy es posible revertir.
En conclusión, se puede afirmar que se hace necesaria una fuerte y comprometida apuesta por la investigación universitaria para así eliminar la condición consumista de ciencia y tecnología y añadir este valor al desarrollo nacional.
Fuente: La Información
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